Sección 3

En nuestro ADN

Me llamo Epsy como mi abuela, una valiente mujer rural

Las mujeres del campo siguen luchando hoy por lo mismo que Miss Epsy en la década de los 40

En Jamaica quedaron su mamá y sus numerosos hermanos. Cruzó el mar con su padre. Tenía solo diez años pero traía ya la encomienda de ocuparse de los oficios domésticos mientras su papá, ingeniero de máquinas, trabajaba en el ferrocarril en el Atlántico costarricense.

Hoy tendría 100 años. Era mi abuela. Me llamo Epsy como ella. No llegué a conocerla pero tengo de ella los recuerdos que me trasmitieron mi papá y mis tías y puedo asegurar que es uno de los ejes centrales de mi vida.

Miss Epsy… Mujer. Negra. Migrante.

Miss Epsy representa, para mí, un símbolo de las mujeres rurales; esas mujeres que desde pequeñitas tienen que hacer trabajo de adultas y hacerlo sin descanso y sin muchas posibilidades para estudiar o prepararse para tener mejores condiciones de vida. Miss Epsy… Mujer. Negra. Migrante.

Y a mi abuela le pasó lo que a todas las mujeres de las zonas rurales. Vivió con su papá en la provincia de Limón, en un sitio costero llamado Cahuita. A los 17 años, terminó juntándose y luego casándose con mi abuelo y tuvo un montón de hijos. Primero 6, y después, como a los 40 años, llegó una hija más, mi tía Beatriz. Tenían una finca enorme en Playa Negra. Salía tempranísimo al campo con su marido y regresaba hasta tarde, para volver a hacer los oficios que había hecho el día anterior y el tras anterior. Se levantaba de primera y se acostaba de última. Dicen que trabajaba incansablemente para que sus hijos y sus nietos no tuvieran sus mismas dificultades.

Aquella mujer fuerte y sabia, que conocía de plantas medicinales y de curaciones, y que iba los fines de semana a la iglesia impecablemente vestida, murió sorpresivamente a los 48 años, pero le heredó a sus hijos -sobre todo a tía Beatriz y a mi papá- el amor por la tierra y el campo. A mí me heredó, creo yo, la pasión por el trabajo, la determinación, el compromiso, el no saber quedarme quieta…

Todos los nietos heredamos su enorme energía vital, pero yo, la verdad, me siento aún más marcada porque llevo su nombre.

Según mamá, una de las primeras frases que aprendí fue “¡No es justo!”.

Batallas en la casa
Puedo decir que mis primeras batallas políticas las gané en mi propia casa. Soy parte de una familia numerosa -cinco hermanas y dos hermanos-, y desde que tengo memoria me parece injusta la distribución de las responsabilidades en el hogar. Según mamá, una de las primeras frases que aprendí fue “¡No es justo!”. No es justo que las hermanas lavemos los trastos y ellos no; no es justo que mientras ellos solo limpian el patio nosotras tenemos que ayudar en la cocina; no es justo que nosotras tendamos las camas y ellos no. ¡No es justo! ¡No es justo!

Recuerdo el día en que mamá comprendió que aquella chiquilla la iba a volver loca y accedió a relevarme de las labores en la cocina y me puso a limpiar el patio con mis hermanos. Me sentí la niña más realizada del planeta.

Así que a mí me nació la conciencia dentro de una familia de muchas mujeres, en una familia de nuestra ciudad capital. Crecí en San José y no en el Puerto de Limón, aunque allá en el caribe costarricense están mis raíces.

Papá siempre trató de que mis hermanos y yo tuviéramos conciencia de que éramos personas negras, que eso nos daba un valor adicional y que no debíamos permitir que nadie nos discriminara por eso. El ser personas negras (en una ciudad mayoritariamente blanca) fue un tema siempre presente en nuestros diálogos familiares, aunque quizá en otras familias del asunto mejor no se hablaba... Papá nos decía siempre a las hermanas que éramos lindas e inteligentes, y junto con mamá trataron de darnos una educación holística, unas estudiaron ballet, otras danza, otras música. Ellos creían que teníamos que prepararnos mejor que el promedio porque la vida nos iba a exigir más que al resto. Creo que mi conciencia es heredada y construida desde el ámbito familiar.

Yo no sería yo si no hubiera sido una mujer negra. Y de ser negra siempre me sentí feliz y segura.

Activismo joven
Cuando estaba en cuarto año de la secundaria, hice un viaje y me compré un bolso azul con un letrero grande: “Never underestimate the power of a woman”. Y yo iba feliz por dondequiera con mi bolsito azul y con lo que ahora juzgo como mi primera pancarta política: “Nunca subestimes el poder de una mujer”.

Inicié mi activismo político desde muy joven, y tuve que hacerlo como mamá, primero de Tanisha y luego de Bernardita. (¡Papá me decía que era muy inteligente pero me embaracé apenas iniciando mis estudios universitarios!). Con las hijas pequeñas, no tenía mucho tiempo libre, pero nunca dejé de ser activista.

Producto de mi matrimonio tempranero, me fui a vivir a Limón y allí me involucré con organizaciones ambientales y de mujeres y junto con otras compañeras fundamos una de las primeras organizaciones de mujeres negras. Nos interesaban de manera particular las mujeres rurales, precisamente porque estábamos en una zona rural.

Más tarde, de vuelta en San José, tuve una vinculación más articulada con los grupos de mujeres. Eran los principios de los años 90 y teníamos largas discusiones, por ejemplo sobre sexismo y racismo y cómo estos se cruzaban. En 1995, participé en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, en Beijing, China, que tuvo como gran objetivo promover los objetivos de igualdad, desarrollo y paz para todas las mujeres del mundo, en interés de toda la humanidad.

Ya yo estaba convencida de que la transformación de la humanidad pasa por una mayor participación de las mujeres.

Ya yo estaba convencida de que la transformación de la humanidad pasa por una mayor participación de las mujeres; una mayor participación en todo, no en unas cosas y otras no. Opino que si los hombres tienen una perspectiva, nosotras tenemos “otra” perspectiva y debemos tener las mismas oportunidades.

Desde mi posición
Cuando una proviene de grupos históricamente discriminados –aunque yo ciertamente no haya tenido una vida trágica ni mucho menos- posee un compromiso y una vinculación especial con ellos. Desde muy temprano comprendí que las mujeres afrodescendientes, las mujeres indígenas y las mujeres rurales enfrentan unas dificultades adicionales a las que de por sí tienen las mujeres en general, y que habría que hacer un esfuerzo extraordinario por disminuir la brechas, no solo con los hombres sino entre las propias mujeres.

Es mentira que todas estamos en igualdad de condiciones. Pero no solo eso; en nuestros países el desarrollo se centra en la ciudad y nos olvidamos del campo; ni siquiera cuando comemos pensamos en que alguien debió haber cultivado ese alimento.

Las necesidades de las mujeres rurales son evidentes y, sin embargo, lo primero que reclaman es que las reconozcan como productoras, pues en la mayoría de los casos se las ve simplemente como ayudantes en la producción, aunque sean las responsables más inmediatas en el campo.

En ese reconocimiento de su importante papel, es necesario que ellas tomen la palabra; debemos plantearnos cómo darles voz, es decir, cómo poner su realidad en el primer plano. Lo que no está en primer plano, sencillamente, no es un problema a resolver.

En mi actual calidad de Vicepresidenta de la República y Canciller, me ocupa y preocupa la forma en que se articulan las mujeres con los grandes acuerdos internacionales, como los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030, o los relativos al cambio climático. ¿A quiénes les afecta más el cambio climático que a las mujeres que habitan en el campo? ¿Quiénes tienen mayores necesidades cuando hablamos de los aspectos más elementales, como salud y educación?

Esos compromisos que los países asumen en el plano internacional debemos transformarlos en realidades, porque de lo contrario nuestras mujeres se transforman en simples datos: el 5 % o el 20 % de algo, y nadie recuerda a María, Juana o Sharon y a otro montón de mujeres de carne y hueso, porque se convierten en una cifra.

En términos de política pública, se trata de volver los ojos hacia esas mujeres a quienes les resulta difícil trasladarse a los centros urbanos para reclamar sus derechos, porque tienen las mayores dificultades, porque son las más pobres y las que tienen que llevar sobre sus hombros todo el peso de las carencias en sus comunidades. Porque viven donde quizá no hay carreteras, ni escuelas o clínicas, donde a veces no hay agua o electricidad.

Como Ministra de Relaciones Exteriores me enorgullece comentar que hemos identificado un eje de nuestra política exterior para el período 2018-2022 denominado De la Inclusión Social, la Cultura y el Empoderamiento Económico y Político de las Mujeres.

Como Ministra de Relaciones Exteriores me enorgullece comentar que hemos identificado un eje de nuestra política exterior para el período 2018-2022 denominado De la Inclusión Social, la Cultura y el Empoderamiento Económico y Político de las Mujeres. Este es un ejemplo de cómo una toma su posición en el gobierno para lograr colocar la agenda de las mujeres como eje prioritario, y no solo para visibilizarlas si no para buscar recursos, para volver a colocar el desarrollo rural como asunto fundamental y dar herramientas a esas mujeres que están luchando con las uñas. Queremos que tengan liderazgo político y voz en esos espacios donde se toman decisiones, porque es muy fácil ver la realidad desde un sitio cómodo sin saber lo que ocurre en el mundo de lo cotidiano.

Si tenemos compromiso, materialicémoslo con hechos. Démosle espacio a los temas de las mujeres. Estamos ante los desafíos de la democracia, el desarrollo y la inclusión para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Empoderarlas
Resulta quizá un poco simple decir que las mujeres rurales deben empoderarse. ¿De qué medidas prácticas estamos hablando? Empoderarlas no es un acto político en sí mismo, es brindar las condiciones concretas para que, por ejemplo, puedan producir, vender lo que producen o tener acceso al crédito.

Es tener políticas públicas que les garantice el acceso a la propiedad de la tierra, y con acompañamiento real. Si a los productores hombres les cuesta tener acceso al crédito, a las mujeres más. Es asegurarles unas condiciones de crédito a las que ellas puedan hacer frente.

Es construir mercados donde puedan vender lo que producen y recibir un precio decente.

Es crear condiciones para que puedan impulsar el turismo rural, con casas dignas para su familia y los visitantes donde puedan compartir su cultura, su experiencia y su forma de vida.

Es crear espacios en los partidos políticos para que puedan expresar su propia perspectiva desde lo local, desde la alcaldía o el municipio.

Es impulsar las redes de cuido para que no sean las únicas responsables de los niños, los enfermos y los ancianos.

Si queremos empoderarlas, no las olvidemos nunca.

Si queremos empoderarlas, no las olvidemos nunca. Tengámoslas siempre presentes en todo lo que hacemos y promovemos, pensemos cuántos recursos de nuestros presupuestos les llegan a las mujeres rurales. Y así sí, yo diría que estamos comprometidos con las mujeres rurales.

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Epsy Campbell • Me llamo Epsy como mi abuela, una valiente mujer rural Epsy Campbell

Vicepresidenta de la República, Costa Rica